lunes, 23 de abril de 2007

ALEGRES VAMOS YA...

Cuando el siglo pasado rascaba el final de su segunda década mi madre iba a la escuela, donde intentaron enseñarle lo más básico: es decir: las cuatro reglas, leer, coser y obedecer. Su educación básica, como la de tantos críos de la época, estuvo en manos de las archisabidas monjitas. Monjitas que, como era natural por su condición y por los tiempos, celebraban todas las fiestas católicas habidas y por haber, eso sí, sin dejar de trabajar, que el trabajo era -entonces más que ahora- cosa muy saludable que permitía a muchos alcanzar la gloria a través del estómago, comiendo caliente todos los días, y a otros alcanzar el éxtasis, imaginando lo que podría llegar a ser si comieran caliente cuatro días por semana. Piensen que ni siquiera había llegado la Segunda República...

El caso, que corre como anécdota en la familia, es que llegó Diciembre, y con Diciembre empezaron los ensayos de los villancicos. Pandereta, zambomba... esas cosas. Así, se encontraban una mañana en la escuela, formando parte del coro de voces "blancas" que cantaban el villancico de turno, mi madre y una de mis tías. Mi madre siempre ha tenido una oreja pésima, siempre lo ha sabido, y siempre ha procurado que no se notase mucho. Mi tía, que tampoco entona ni ha entonado jamás en condiciones, tenía la misma voz de pito, aguda y chillona, que ha tenido el resto de su vida, y también el mismo desparpajo a la hora de utilizarla para aullar.

Con estos mimbres se encontraba trabajando la sor de turno, intentando pillar a las que más desafinaban, cuando atacaron el "Alegres vamos ya..." tradicional y dulce villancico que dice algo así como:

Alegres vamos ya
antes de que amanezca el nuevo día
que el Niño Dios nació
de la Santísima Virgen María
No más, no más sufrir,
dejad las penas ya,
que el Rey del Cielo viene a nosotros
a darnos Amor y Paz.

Bueno, sobre poco más o menos, asi iba la cosa. Y fue el sobre poco más o menos lo que la fastidió. Con toda la alegría de sus pulmones, mi tía la emprendió con el cuarto verso, convencida ella de que, donde dice "digo" decía "Diego". Y le cambió a María la Santidad por la Pureza. Tampoco era tan grave.

que el Niño Dios nació
de la Purísima Virgen María

... pero, hete aquí, que cuando ya aullaba la primera sílaba y su "Pu", vino a darse cuenta de que el resto de sus condiscípulas iban atacando un "San", visto lo cual, ni corta ni perezosa, abandonó la "pureza" -nunca mejor dicho- para pasarse a la "santidad" de golpe y sopetón. El resultado de la cosa vino a quedar, maomeno, así:

que el Niño Dios nació
de la Pu.... tísima Virgen María.

Mi madre se atragantó, mientras el oído de la monja, fino como el pelo de una araña (y aunque hubiera estado sorda como un teniente) pillaba al vuelo algo que lo ponía en estado de emergencia nacional. Y el Rey del Cielo estuvo a punto de venir a ellas a darles una somanta azotes y unos cuantos pellizcos.

¡Señoritas! ¡¿Que ha sido eso?! bramó indignada.

¿Eso? ¿Qu'e eso hermana? -le preguntaron las niñas, temiéndose que si alguna señalaba o se daba por aludida les iba a caer un paquete de hielo como aguinaldo.

La monja, incapaz de repetir la barbaridad que le había sido dado escuchar, y sin tener muy claro a quien se debía el hallazgo... optó por fruncir el ceño, callarse, y seguir, por si la cosa se repetía y cazaba a la hereje. La cosa, como es natural, no se repitió. Y tuvieron unas navidades en paz, acompañadas de sus correspondientes villancicos.

Pero, a lo largo de décadas, cuando la familia se reunía por Navidad y alguien empezaba con el "Alegres vamos ya", siempre hubo un alma caritativa que le decía a mi tía:

Santísima, Marina, Santísima... no le vaya a caer otro lamparón sobre la túnica.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el viernes, 8 de Diciembre de 2006

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