lunes, 23 de abril de 2007

LA FELICIDAD EXISTE

Me suele venir siempre a la memoria en estas fechas, principalmente porque en estas fechas tuvo lugar. Como una "abuela cebolleta" lo cuento una y otra vez. No es de extrañar porque, a fin de cuentas, fue uno de los momentos mágicos de mi vida y una, harta de contar sus penas, gusta especialmente de recordar esos otros momentos brillantes como estrellas.

Hace ya mucho tiempo lo traje aquí, al hilo de un hilo -acéptenme la redundancia, por favor- de Telémaco, un hilo brillante como en él se acostumbra, que se titulaba "Un hombre feliz". Fue, en aquella ocasión igual que va a serlo ahora, un cortar y pegar. Mis compañeros del viejo Dazibao habían tenido ya ocasión de leerlo.

Su sitio está, como el de uno de mis más felices recuerdos que es, dentro del cesto de las cerezas. Roja, menuda, brillante picota.


Lo acabo de rescatar. Mis compañeros del antiguo Dazibao, sobre todo Paco Delicado, Ceix y Explorador, si por aquí estuviera (¿donde se habrá metido nuestro niño perdido?) lo recordarán. Va, pues, para los demás y al hilo de esa brillante esquirla de felicidad que nos deja Telémaco:


... me traéis a la memoria una noche loca. Solo una. En la playa de Peñíscola. Vestida de fiesta, con unos tacones de palmo, una copa de cava entre los dedos. Un hombre a mi lado, armado con la botella de cava entera para celebrar que estábamos allí y estábamos vivos.

En aquel momento me inundó los ojos la luz de los fuegos artificiales que rompían la noche al otro extremo de la rada, desde el Castillo-Fortaleza que fuera de Pedro de Luna. Y me llegó el olor de la arena, y de la mar, que bullía y rebullía a nuestros pies, eufórica.

Fue entonces cuando, sin poder resistirlo, solté la copa entre las manos de mi acompañante, me quité el vestido, me descalcé y salí corriendo a zambullirme entre las olas. No sé si alguna vez sabré describir la sensación que me inundó, como si la pólvora, la luz, la mar y la arena, estuviesen dentro de mí, en lugar de estar fuera.

Por fin conseguí salir del agua, desnuda y con el peinado de fiesta deshecho y las greñas colgando sobre mis hombros. Mi acompañante me miraba, atónito, sin saber que hacer. En todo el tiempo que hacía que nos conocíamos, jamás me había conocido una conducta tan loca y mucho menos tan desinhibida. Teníamos que regresar al hotel, y cruzar la recepción, llena de gente. Imposible vestirme sin empapar la ropa...

Yo sé que fue una locura. Pero esa noche, en ese momento, fui feliz. Y así la recordaré toda mi vida. Fue la noche del 31 de Diciembre de 1999.

La felicidad existe. Los afortunados nos topamos con ella, de vez en cuando.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el martes, 19 de Diciembre de 2006

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