sábado, 21 de abril de 2007

UNA CEREZA NEGRA

No sabes bien por qué, pero hay días en los que, de repente, te ataca una nostalgia indefinida. Un deseo de volver a aquellos tiempos que fueron y no son. Te sorprendes a ti mismo intentando regresar, buscando las pistas, los recuerdos, como quien busca desesperadamente el cabo suelto para poder desenredar la madeja y ovillarla, poniéndola en orden.

Pero los recuerdos no vuelven en orden. Aparecen entresacados de la maraña, sin hilo conductor, aquí brillando y allá hundiéndose en el amasijo. Tratas de aferrar uno y te das cuenta, de pronto, que es un recuerdo angustioso o poco apetecible, y tratas de soltarlo, pero ya es tarde, el bucle se ha quedado asomando y no hay forma de hacerlo desaparecer. Desesperadamente tratas de estirar otro y atinar, esta vez, en algo grato. Y así, a trompicones, avanzas desmenuzando la memoria.

Lo he intentado a lo largo de toda la tarde. Al final he desistido porque nada de cuanto asomaba me hacía reír, y demasiadas cosas me hacían llorar. Esta estúpida tarde, entre lágrima y lágrima, se me ha ido empapando el cesto. Las cerezas aguantan mal la humedad y, sin embargo, no consigo desasirme de ellas, como si hubiera algo que grita por salir y quedarse aquí, aunque sea esa cereza blanca, de puro verde, que descompone la hermosura del capazo o, peor todavía, la cereza negra, medio espachurrada y algo mohosa, que extenderá su podredumbre.

Esto pide una copa de licor de manzana, verde, a ser posible; con mucho alcohol, a ser posible; heladísima, a ser posible. Cosas las tres que, convenientemente combinadas, me hundirán en un sueño apacible y evitarán que escriba.

Por no llenar un cesto de fantasmas.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el miércoles, 16 de Agosto de 2006

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