sábado, 21 de abril de 2007

LA CENA DE PAPÁ



Ignoro si hay estudios al respecto y me limito a dejar constancia de algo que vengo observando directamente: buena parte de los primogénitos heredan los rasgos genéticos dominantes de la línea paterna. Ese es, indiscutiblemente, mi caso. Soy, por decirlo de algún modo, hija de mi padre.

Entre otras características físicas heredé de él dos pasiones, pudiéramos decir gastronómicas que, a su vez, él había heredado de su padre, y este del suyo. A saber: el café y los huevos.

El café lo tomaba solo y corto, a cualquier hora del día o de la noche. Ni le quitaba el sueño ni le subía la tensión. O mejor dicho, el sueño se lo quitaba no poderlo tomar.

En cuanto a los huevos fueron siempre su plato favorito. Incluso, cierta temporada que pasó en una ruta entre Canarias y Fernando Poo –antes de que mis padres se casaran, en el 58 y, por supuesto, antes de que Guinea se independizara- llegó a sobrevivir a dieta exclusiva de huevos. Los desayunaba, los comía y los cenaba. No había otro menú. Aunque alguna vez me contaron el motivo de tamaña insensatez, lo he olvidado y mi madre es ahora, a sus ochenta y cinco años, incapaz de recordarlo. Solo recuerda que papá regresó de Guinea enfermo de paludismo, y que estuvo obligado a consumir quinina en pastillas y limones en todas las formas posibles durante mucho tiempo. Su hígado demostró en ambos casos estar hecho a prueba de bombas.

De cualquier modo, en casa los huevos fueron siempre motivo de disputa. Cuando no era por la frecuencia, era por el modo.

A papá le gustaban casi de cualquier forma, hasta tal punto que mi madre llegó a decir –también lo dice de mí, claro- que “era capaz de comer huevos en la cabeza de un tiñoso”. Una exageración, evidentemente, porque él siempre fue muy exigente con los temas de higiene. Pero es cierto que los huevos le gustaban de forma desmedida, aunque mi madre evitara servírselos crudos, pasados por agua, o escalfados, porque a ella le daba asco tanta “liquidez”, y tampoco se los servía cocidos, porque jamás se ponían de acuerdo en el punto de consistencia que debía tener la yema, ni mucho menos fritos, porque a papá no le gustaba pringar pan, y se comía la yema entera, cosa que a ella le revolvía las tripas… así que quedaba como posibilidad servirlos revueltos o en tortilla. Papá, como su padre y su abuelo, adoraba las tortillas “a la española”, con patatas y cebolla.

A bordo no había problemas. Un cocinero que prepara menú para tropecientos pasajeros no pone inconvenientes a que un elemento de la tripulación le ahorre trabajo y quebraderos de cabeza eligiendo siempre lo mismo.

Sin embargo cada quince días mi padre estaba tres en casa. Ahí empezaba el viacrucis.

- Naro… ¿qué vas a cenar?
- Tortilla de patatas, cariño.


Al día siguiente:

- Oye, Naro, que te apetece cenar hoy?
- Uhmmm… tortilla de patatas.


Veinticuatro horas después:

- Naro, voy a hacer la cena. A ti ¿qué te pongo?
- Pues… ponme tortilla de patatas, que no la como desde ayer…


Tres días no parecía excesivo. Pero en vacaciones los tres días se estiraban hasta sumar cuarenta y cinco.

- Que digo yo que…
- Tortilla de patatas.


- ¿No cenarías hoy…?
- Tortilla de patatas.


- He pensado que tanto huevo…
- Bien pensado. Estará bien una tortilla de patatas.


Cuando cumplí los once años y empecé a ser eso que llamaban “una mujercita”, mi madre se afanó en enseñarme a freír un huevo y, ya de paso, a preparar tortilla de patatas. A partir de entonces quedé como encargada de la cena de mi padre. Y no valía cualquier cosa: la cebolla debía estar en su punto, las papas bien cortadas y fritas en aceite, al punto adecuado, de forma que la tortilla resultase cuajada y entera, pero al mismo tiempo jugosa, sin excesos de aceite, y dorada uniformemente por ambas caras.

- Papá ¿te preparo la cena?
- Claro, conguito. Tortilla de patatas para los dos ¿de acuerdo?


Desde hace veintitrés años papá ya no está para cenar su tortilla de patatas, pero se sigue preparando y nunca sobra. Caliente, fría, en plato, en pan, acompañada de ensalada o a palo seco, siempre que me siento ante una tortilla de patatas es como si, al otro lado de la mesa, mi padre estuviera compartiéndola conmigo, igual que antaño.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el sábado 22 de Julio de 2006

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