sábado, 21 de abril de 2007

NACHO

Ayer por la tarde se presentó en casa. Lo cierto es que nos vemos de tarde en tarde, como de tarde en tarde hablamos por teléfono. Cuando hablo de él, sigo viendo frente a mí aquel chiquillo de ojos achinados que destrozó mi (prestada) muñeca de porcelana, y a quien destrocé su Exin Castillos; sigue siendo el chaval con el que me largaba al cine algunas tardes de domingo, en la Villa y Corte, pícaro guardaespaldas y confidente; el que se sentaba a los pies de mi tío, a mi vera, a escucharle y aprender; el joven estudiante de veterinaria que se declaraba "ingeniero de caninos, asnales y puercos", aquel truhán risueño, tranquilo, pillastre impenitente, de quien nos reíamos los veranos en Alicante porque -pálido madrileño- siempre acababa cocido como una langosta bajo el tórrido sol. Mi fiel, siempre cómplice y amigo, guardián de los secretos. La mitad de mis sueños eran suyos, la mitad de sus sueños eran míos.

Pero los años no pasan en balde. Cuando ayer apareció por casa fui consciente, de pronto, de que tenía ante mí un tiarrón -amante de la buena mesa- que bordea el medio siglo. Su cabello canoso, como debería ser el mío si no me tiñera; su vozarrón de hombre grande, su bonhomía... dentro de nada su hija mayor cumplirá veinte años... ¡como pasa la vida por encima nuestro, sin tenernos piedad!

Y entonces le miré a los ojos, esos ojillos achinados -mi madre acostumbraba a decir "como dos puñalás en un tomate- siempre risueños, y aquellos brazos que siempre, aun entre broncas, me protegieron de niña, y le volví a ver, descalzo y con su flequillo cortado casi a tazón, con su bata de niño, escondido detrás del señor veterinario.

Nos vemos poco, pero el cariño no cambia. Él será siempre mi brazo protector, aunque esté lejos. Y yo seguiré siendo su ratón de biblioteca.

Ay, Nacho... ¡como hemos cambiado!


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el jueves, 17 de Agosto de 2006

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