sábado, 21 de abril de 2007

SE LLAMABA MANUEL, NACIÓ EN ESPAÑA.



Pero nadie, nunca, le dedicó una canción a su historia. No había historia suficiente.

Manuel nació en 1885 en un pueblecito cántabro del Valle del Pas. Pronto se trasladaría a vivir a la capital, donde se hizo hombre y, un veintiseis de abril, acabados de cumplir los treinta años, se casó. Pronto empezaron a llegar los hijos, bocas que alimentar con aquel salario de cobrador de la luz. Manuel era un cobrador un tanto problemático -para la compañía, claro- porque tenía demasiada tendencia a guardar los recibos cuando el deudor estaba más pegao que un sello. Se esperaba, y volvía con paciencia, aunque fuera a cobrar poquito a poco, según las posibilidades de cada quien. Eso no le hacía precisamente popular entre sus jefes. Es más, como alguna vez pagaba alguna cuenta de su escueto bolsillo, tampoco le hacia muy popular ante su mujer, que protestaba lo suyo -no demasiado escasa de razón, que tampoco su situación era para echar cohetes-. Manuel era, cosas de aquella época, un idealista solidario, sindicalista. Y lo fue mientras pudo, hasta que un día una huelga de sus compañeros le colocó al frente de las protestas, para reivindicar que se readmitiera a los huelguistas. Ese follón le costó -entonces ser enlace sindical no era garantía más que de llevarse un varapalo- quedarse él mismo sin trabajo. Acabó en la calle. Nadie dió entonces la cara por defender sus lentejas. Sus hijos aprendieron la lección.

Manuel se fue a Madrid con su familia y allí, mal que bien, transcurrieron sus días como buenamente pudo, de bastante mala manera, con un expediente abierto que desde luego no era buena carta de recomendación para ningún trabajo. Fueron malos tiempos.

Un día de finales de julio del año 57, en aquel Madrid de su destierro, Manuel arrastraba sus setenta y dos años por una callejuela cuando un ciclista que bajaba embalado en su pedaleo, le propinó un empujón que fue a dar con sus viejos huesos sobre el firme y un cantazo del borde de la acera en su cabeza (o más bien al revés). De momento se levantó y, a trancas y barrancas, regresó a casa, doliéndose del chichón pero sin querer darle mayor importancia. Era su forma de ser, callada e introvertida, que sus hijos heredarían.

Murió, una semana después, el 31 de julio del año 57, a consecuencia del derrame que le produjo el golpe, sin llegar a conocer a la que hubiera sido su única nuera, y mucho menos a la que sería su primera nieta.

Manuel era uno de mis abuelos: el padre de mi padre. A quien no pude alcanzar a conocer y a quien, dicen en casa, mató una bicicleta.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el martes, 22 de Agosto de 2006

No hay comentarios: