lunes, 16 de abril de 2007

PIXIE


Tenía algo más de tres meses y malvivía en un escaso metro cuadrado de balcón, en un tercer piso de una casa con fachada al mar, expuesto todo el día a las inclemencias del tiempo, ya fuera una lluvia torrencial o un sol abrasador. Se alimentaba del papel de los periódicos que su amo tenía amontonados en una esquina del balcón. Lloraba, inconsolable, a todas horas. Regalado como si fuera un objeto inanimado por un cumpleaños, o una Navidad, era el juguete que estorba cuando crece, que significa responsabilidades no asumidas, abandonado a su suerte de la peor manera posible.

Cuando caminábamos por el Paseo, y le veíamos en su jaula, llorando de hambre y de sed, se nos revolvía todo. No resultó un esfuerzo ímprobo convencer a mi madre para que lo rescatara de las garras de su amo. La verdad es que solo necesitaba un pequeño empujoncito... estaba conquistada de antemano.

Así llegó a casa Pixie, el duende de orejas picudas y abiertas, que se acostaba sobre su barrigota como una rana. La primera noche, el empacho de papel de periódico que llevaba encima le hizo vomitar hasta la primera leche que había mamado. Nos miraba, como pidiendo disculpas, temeroso de que aquello le costase el boleto de salida de casa. Lo llevamos al veterinario. Sus primeros meses tan desnutrido le habían ocasionado tal descalcificación de los huesos, que el veterinario nos advirtió seriamente que una caída podía ser fatal, porque parecían de vidrio. Así que nada de brincos ni de saltos, si podía evitarse.

Cuando mi padre regresó aquel mes a casa se encontró con un nuevo inquilino. La relación que surgió en aquel momento entre los dos podría calificarse de amor a primera vista. Los perros eligen a su amo, y nuestro Pixie había decidido que, a pesar de que mi madre le daba de comer y yo le sacaba a pasear, para él el Sol se levantaba y se ponía según mi padre llegaba o se marchaba. Y así, llegamos a saber si papá se aproximaba simplemente observando al perro que, por inesperada que fuera la llegada o por más que estuviese durmiendo, salía disparado como una bala hacia el balcón, aún antes de que la figura de mi padre apareciese por la esquina de nuestra calle. Cuando papá se acomodaba en su sillón, Pixie dormitaba con el hocico descansando sobre su zapatilla derecha, y yo leía o pintarrajeaba cuadernos hecha un ovillo junto a su pie izquierdo. Y así podíamos permanecer, los tres, por tiempo indefinido, en una quietud silenciosa y cálida.




Trotando una vez conmigo, por el paseo, se atravesó en mi camino sin otro ánimo que el de jugar, y yo acabé volando por los aires y estrellándome de cabeza contra el suelo. Mi padre, de baja en casa por una operación de menisco, corría a pesar de su cojera como alma que lleva el diablo y Pixie aullaba como un desesperado... la única que mantuvo relativamente la calma fue mi madre, que acostumbra a decir: Muchacha, te sonó la cabeza a madera hueca, parecía la cabeza de un mono... menudo susto nos diste a los tres!.

Le enfurecían las motos, sobre todo si petardeaban; le pirraba el queso, como a los ratones; el agua del mar le infundía pánico, pero si mi padre o yo nos metíamos en el agua, hacía de tripas corazón y nadaba hacia nosotros, intentando arrastrarnos hacia tierra firme; y, como decía mi padre, leía el periódico... solo que, como no hablaba, no podía comentarlo.

Pasaron los años, y cuando se hizo mayor, sus quebradizos huesos empezaron a amargarle la existencia. Al fin, llegó un momento en que no podía moverse y los dolores no le dejaban un minuto de reposo. No quedó más remedio que dejarle marchar en paz. Fue mi padre quien se ocupó de llevarlo al veterinario. Aquella fue la primera y la única vez en mi vida que le vi llorar con desconsuelo, como un niño. Aquella fue la primera y única vez en que, tragándome las lágrimas, fui yo quien tuvo que consolarle a él, en lugar de él a mí. El día que mi padre bajó de mi Olimpo particular, y pasó a habitar, con los mortales, el reino de los suelos.

Hoy no está conmigo ninguno de los dos... pero ambos siguen vivos en mi memoria. No se irán jamás. Son buena compañía.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el sábado 22 de Julio de 2006.

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