sábado, 21 de abril de 2007

LOS CARACOLES DE PAPÁ



Siempre que se habla de comer caracoles me acuerdo de mi padre. Esta mañana me lo ha traído a la memoria una cazuela de ellos y un comentario al hilo.

Mi padre era un hombre sin estudios. Un autodidacta. Su sueño era la mar y, como la abuela no le dejó estudiar para Jefe de Máquinas en su Santander natal, a los quince años se coló en un tren, de polizón, y cruzó todo el país hasta ir a parar a Cádiz, donde se embarcó también de polizón -jodío niño-. Cuando le pescaron, no me pregunten como, consiguió que le dejaran enrolarse como pinche de cocina, y ahí empezó su aventura marinera.

Fue autodidacta para muchas cosas y aprendió a bordo, entre otras, los usos y costumbres en cuanto a urbanidad en la mesa y uso de los cubiertos. Era, por otra parte, un individuo tranquilo, comedido, de gustos clásicos y nada chabacano. Cultura, cultura, cultura. Y como, además, se había currado el tema de la cultura a base de iniciativa propia y por su cuenta, no había cosa que apreciase más. Era todo un señor, aunque hubiera nacido en un estrato social de trabajadores. En Santander son así, o al menos lo eran antaño.

Mi madre acostumbra a decir que masticaba hasta la sopa, y más de una vez perdió con él la paciencia hasta llegar a abusar de la buena fe del otro pobrecico, como escarmiento. Tal fue el día de los caracoles.

Ustedes imagínense el panorama: Comida en casa de familia andaluza (gaditas, por más señas), muchos comensales, la mayor parte de ellos mujeres y con el colmillo retorcido -saleroso, si alguien quiere verlo así, pero retorcío-. El plato "maravilla": Fuentes de caracoles picantes. Todos los comensales dispuestos a atacar los gasterópodos esos (helix talycual) a sorbetones o mediante alfileres. Todos de risa pronta y bromita fácil. Y mi padre. Y mi madre, claro, que... bueno, eso, mi madre: Genio y figura.

Cuando colocan frente a mi padre su ración de caracoles, él, con toda aquella exquisita paciencia que le caracterizaba, se entretiene en ir sacando de su concha a los bichos, uno por uno, dejando apartadas las conchas a un lado del plato y el "consumible" al otro. Cuando después de un trabajo de chinos, contemplado por una docena larga de ojos atónitos, concluye la "faena", mi madre le dice, suavemente:

- Naro, cariño ¿te importaría levantarte un momentito y traerme de la cocina un botellín de cerveza?

Mi padre, gentil donde los haya y siempre atento con su mujer, aparta su servilleta, retira la silla y se marcha a la cocina.

Y regresa con la cerveza, se la deja a mi madre, se acomoda nuevamente ante su ración de caracoles y...........

Se encuentra un magnífico plato lleno de cáscaras vacías. Ni rastro de los caracoles.

Creo que no volvió a comerlos en familia nunca más. Los pedía, de vez en cuando, si le daba por hacer el aperitivo en una tasca. Y se los comía con cuchillo. Quiero decir, con un cuchillo cerca para acribillar la mano del primero que la estirase hacia su plato, claro.

Pobre papá. Si es que no se pué ser bueno ni educao, caramba...





El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el sábado 22 de Julio de 2006

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