sábado, 21 de abril de 2007

CINE DE VERANO



En mi viejo barrio había dos cines, ambos de sesión continua: el Cine Marina y el Barcino. El segundo era algo más moderno, más luminoso, menos cutre, pero generalmente todos mis amigos acostumbraban a ir al primero. En aquellos tiempos no tenía paga semanal -cosas de mi madre- así que mis oportunidades de ir al cine se veían reducidas a que ella quisiera... y no quería, porque decía que los dos cines eran ruidosos, sucios y llenos de gentuza. Una manía o una excusa como otra cualquiera, ¡vaya usted a saber! El caso es que aquellos dos locales los frecuenté poquísimo y apenas recuerdo otra cosa que la linterna de un acomodador recorriendo las últimas filas cosa que, en aquel tiempo, boba que era una, no tenía ni idea a santo de qué lo hacía.

El cine que recuerdo es otro. Era el cine de verano, a poca distancia de la casa de techos altos, en el alicantino barrio de Benalúa, que me había visto nacer, y donde pasaba todos los años más de dos meses de aventuras increíbles. En aquel cine no había butacas, claro, eran sillas plegables, de madera, que te dejaban el culo a rayas si no tomabas la precaución de llevarte un cojín de tu casa. Mi madre no solía acompañarnos pero, a cambio, me dejaba marcharme con mi tía y sus hijos, cargados con bocadillos y botellas de La Casera (aquellas botellas antiguas, con tapón de cerámica). En aquel cine, con NODO e Intermedio con "selecto ambigú" (puffff) sobre una pantalla en la que se recortaba el vuelo rápido de los murciélagos a la caza y captura de mosquitos que pululaban atraídos por la luz, lloré con "Casablanca"; di botes con "La Conquista del Oeste"; me retorcí con "La Batalla de las Colinas del Whisky" y canté acompañando a Lee Marvin en "La Leyenda de la Ciudad sin Nombre" (el viejo "Paint your Wagon"); Clint Eastwood me erizó la piel en El Bueno, el Feo y el Malo; Terence Hill y Bud Spencer me hicieron retorcer las tripas al verles zampar chile en "Le llamaban Trinidad" y "Después le llamaron el Magnífico"; me enamoré de Sean Connery en cuantas pude pillar de "007"; me encogí de miedo -a pesar de la risa- con el "Drácula" de Lugosi, temblando como una boba a la hora de volver a casa, en la oscuridad; y gruñí, me rebelé y salí victoriosa con una Olivia de Havilland haciendo de lazarillo a su Orson Welles en "Jane Eyre", quedándome para siempre enganchada de las orejas de Gable en "Lo que el Viento se Llevó".

Y aunque, con el tiempo, aprendí a ver el cine de otra manera y buscar otra magia en la pantalla, fue en aquel cine de verano, chiquito y sencillo, de un barrio también chiquito y pueblerino donde tal vez alguno de aquellos murciélagos cinéfilos, inopinadamente, me inoculó en las venas la pasión por el Cine y nunca más me curé.


Anoche, mientras regresaba a casa tras un afortunado encuentro, el chorro de luz anaranjado de las farolas sobre un lienzo de fachada en mi barrio me recordó aquel otro barrio, pequeño, alicantino, y el aroma de los jazmines sobre las tapias y el cantar de los grillos entre las ramas me arrastró, de golpe, hasta este recuerdo.





El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el viernes, 18 de Agosto de 2006

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