sábado, 21 de abril de 2007

VEINTIDOS AÑOS



Espero que ustedes sepan disculparme este desbarre. Hay días en los que me siento desgraciada, y lo comparto. Hoy es uno de esos días en los que me siento absolutamente feliz. Creo que sería muy injusto no compartirlo.

El viernes 23 de abril fue un día soleado y cálido de primavera. En la ciudad, mi ciudad, las rosas y los libros se multiplicaban por doquier. Día grande, aunque laborable. La primavera sacudía sus guedejas y lo llenaba todo de alegría. Aquel día mi libro regalo fueron las Obras Completas de Alejandro Casona, guaflex con letras doradas. Me lo regaló mi padre. Sobre la mesa de mi despacho campaba una aterciopelada rosa roja, que se quedó allí cuando cerré la puerta de la oficina. En casa, me esperaba otra.

Aunque dió tironcitos del cordón de la campanilla durante buena parte de la tarde y toda la noche de ese viernes 23 de abril, casi perfecto, tuvo la prudencia de esperar a que concluyese el día de Sant Jordi, de que yo hiciese la compra y recogiera la casa, y la delicadeza de respetar el descanso paterno, antes de empezar a aporrear la puerta, a las 7 en punto de la mañana del sábado, 24 de abril. Un sábado como este que hoy vivimos, brillante y soleado. El primer sabbath del muy "terrenal" signo de Tauro, con Venus luminoso en el firmamento nocturno y una luna clara en cuarto creciente. Tal día como hoy, hace 22 años.

Si digo que recuerdo gran cosa de aquel día, mentiré. Recuerdo, eso sí, que llegué a la clínica poco antes de dar las nueve de la mañana, y me bajaron rápidamente al paritorio. Recuerdo que mi médico se había ido a pasar el fin de semana fuera y me atendió otro, al que no conocía, y del que solo recuerdo los ojos claros y el sentimiento de una sonrisa cálida bajo la mascarilla. Recuerdo, también, que al padre de la criatura no le permitieron entrar. Pero por encima de todo, recuerdo que las manecillas del reloj marcaban apenas un par de minutos más de la una de la tarde cuando un breve hipido y una enérgica protesta anunciaron su llegada. Recuerdo su carne tibia sobre mi pecho, su mata de pelo oscuro, sus ojos abiertos buscando los míos, y aquella pequeña cabeza intentando erguirse en pos de mi voz.

Estaba sucio. Su mundo acuático y oscuro se había roto. Le habían empujado, estrujado, tironeado y deslumbrado, hacía frío y todo era terriblemente ruidoso pero, entre todo aquel desagradable tránsito desde su burbuja de bienestar hasta aquel territorio hostil, una voz y un latido permanecían junto a él, familiares, amigos. La voz que llevaba meses escuchando en el silencio. El latido que palpitaba acompasado en su oído. Pesaba poco más de tres kilos y medio, y medía un tercio de mi propia estatura.

Sujeté aquellas manitas, las uñas perfectamente dibujadas, las palmas abiertas, los dedos largos y extendidos. Parecía casi imposible que aquella obra fuera cosa mía.

Han pasado 22 años. Vuelve a ser sábado, 24 de abril, primer sabbath de Tauro. Vuelve a lucir la luna en creciente y Venus a sus pies. Aquel bebé es hoy un hombretón de ochenta kilos y más de metro noventa de estatura. La criatura que se acunaba sobre mi pecho es capaz de cogerme en brazos sin esfuerzo. Trabaja, sueña, ríe, llora... y se comería vivo a cualquiera que pretendiese hacerme daño, tal como yo lo haría con quien pretenda lastimarlo a él. Nunca, en toda mi vida, he vuelto a ser tan feliz como aquel día cuando, a mis veintidós primaveras, di a luz.

Si hay algo por lo que merece la pena haber vivido los veintidós años que vinieron después, ese algo ha sido ver como crecía y se convertía en un hombre. Él. El amor de mi vida, mi motor, mi ancla, mi tabla de salvación, mi luz en las tinieblas. Mi hijo Javier.

Javier. Nursery 25-4-82

El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el sábado 22 de Julio de 2006

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