sábado, 21 de abril de 2007

FRAGILIDAD



Sentada entre cojines bordados, sobre la cama, esperaba con los brazos abiertos mi llegada estival, dispuesta a los arrumacos, los abrazos, las comidas y los tés de las cinco, los acicalamientos y las ficciones maternales.

Bajo frunces, lorzas y puntillas de encaje blanco y piqué, su cuerpecito blando, de borra prieta bajo un corsé de algodón basto, contradecía las rigideces de su cabeza y sus miembros, y la sonrisa quieta en su boquita pintada de rojo.

Era una beba de porcelana, que fuera compañerita de juegos de mis tías y con la cual entretenía mis ratos de ocio en aquella casa, leyéndole cuentos, haciéndole retratos y departiendo con ella tan amigablemente como con una niña de carne y hueso. La imaginación de un chiquillo es desbordante y necesita poco para crear intangibles mundos reales desde la irrealidad más absoluta. Mis tías me recomendaban siempre tratarla con mimo y delicadeza, pues era frágil y añosa, y cualquier golpe podía ser irreparable. Yo, pese a mi corta edad, la cuidaba con un mimo exquisito. No quería perderla.

Un agosto, al llegar a la casa, no me esperaba sentada en los cojines. Había sucumbido a un accidente desastroso, a manos de un aventurero de siete (tal vez ocho) años, que la había utilizado como rehén en un ataque de las tropas de su soldadesca de plástico a cierto Exin Castillos y, en la refriega, la pobre beba se había caído desde la inestable torre, yendo a dar contra el suelo y rompiéndose la crisma en mil añicos irrecuperables.

Más que dolor fue furia. La furia de la impotencia, de haber perdido mi silenciosa compañera de juegos. De nada habían servido mis cuidados, ni haber obedecido todas las instrucciones. Alguien, menos obediente, había arruinado nuestra historia.

Pero el gañán era un año mayor que yo, y más fuerte, más grande, más bravo, más de todo. En un ataque frontal tenía todo por perder pero... quedaban otros métodos.

El malhadado Exin Castillos, que fuera "prisión" de la beba de porcelana, era la más preciada posesión de mi primo. Montaba y desmontaba sus piezas, una a una, dandole cuantas formas su imaginación alcanzaba a concebir, quitando piezas aquí y poniéndolas allá, recorriendo las almenas con sus soldados de plástico, atacando el bastión con hordas de chapa pintada.

Yo no estaba autorizada a intervenir en el castillo. Era una niña, y pequeña, y aquello era territorio comansi. Me planté a su lado y le di un empujón con mis escasas fuerzas, quejándome amargamente por la destrucción de mi muñeca. Él -¿cuesta tanto adivinar las reacciones de un chiquillo de pocos años?- me devolvió el empujón, trastabillé, recuperé el equilibrio y... me dejé caer, lenta, morosamente, sobre el Exin Castillos.

Las piezas saltaron por el aire, unas enteras, otras resquebrajadas, otras directamente partidas en dos. Era una absoluta ruina. Al ruido, los adultos aparecieron en la puerta del cuarto. Yo yacía, quieta y sin hipar, sentada en medio de las ruinas. Mi primo berreaba desesperadamente:

- Idiotaaaaaaaaaaaaaaaa... ¡te has caído encima del castillo! ¡lo has roto todoooo!

Me limité a hipar. Los mayores preguntaron. Él reconoció haberme ayudado a caer porque, según sus palabras, "era una pesada".

Me limpiaron los rasguños (el plástico del Exin me había hecho algún cortecillo, poco precio para una venganza) y me sacaron de la habitación para darme la merienda y que se me pasara el susto.

El señor del castillo recibió un pescozón, por empujar a una niña chica.




La muerte de la beba estaba vengada.




El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el jueves, 27 de Julio de 2006

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