sábado, 21 de abril de 2007

CON QUERER




Mi madre, que anduvo siempre “criando” niños desde su más tierna infancia, empezando por sus hermanas menores, continuando por los del hospicio y siguiendo por los de la casa donde trabajaba, alcanzó la tierna edad de treintaytantos sin que el señor –ya fuera el Divino o alguno humano- la gratificase con las mieles de una ansiada maternidad.

A cambio, y para rellenar un hueco en su existencia, la dotó con varios sobrinos, hijos de sus hermanas. Compartía piso con una de ellas y, por lo tanto, con dos de sus sobrinas.

Mis primas –ambas mayores que yo (cosa fácilmente deducible e implícita en los párrafos anteriores)- han sido siempre unos ángeles del cielo con un genio del demonio. Sobre todo la pequeña. Jamás nadie llegó a entender como semejante criaturita, de carita rechoncha, ojos acaramelados y cabello rubio camomila Intea, podía salir tan aberrantemente encojonada en cualquier fotografía y contener semejante dosis de mala leche en su minúsculo cuerpecillo. Minúsculo entonces, claro, que tenía apenas tres años... porque luego creció, y no poco.

Et bien... el caso es que mi madre siempre tuvo pasión por aquellas dos niñas, como si hubieran sido las de sus ojos –al menos las de su ojo sano, no vayamos a fastidiar-. Tal vez porque, allá por los cincuenta y tantos, se les morían los niños con una facilidad de espanto, y acababa de perder a la mayor (sale en alguna de las fotografías que colgué más arriba) víctima de una meningitis fulminante que contrajo por San Miguel y se la cargó por Año Nuevo, no hacía mucho tiempo. A la pequeña, la rubita, protagonista de este recuerdo -que, obviamente, no es propio, sino uno de esos que se transmiten en el anecdotario familiar- habían estado a punto de perderla también a consecuencia de su poco oportuna llegada al mundo (en aquella época se paría en casa) justo cuando su hermana mayor estaba aquejada de tosferina en grado superlativo y fase contagiosa. Les llevó muchas semanas, muchos insomnios y mucha angustia sacarla adelante y, más de una noche, en el enésimo suspiro agónico, mi madre –que era quien la cuidaba mientras mi tía se ocupaba de la mayor- estuvo a punto de tener que cubrir el cuerpecillo con la sábana de la cuna y dejarla por lista de papeles.

Pero hay criaturas peleonas desde que llegan al mundo, y ésta lo era. Ya lo dije, creo, un ángel celestial con un genio del diablo. Muy mala leche. Dosis inacabables de rencor infantil. Pataletas apabullantes. Atila, la Huna, vamos.

Fuese como fuese, mi madre se lo perdonaba todo. Pero la niña tenía sus días torcidos y, cierta mañana, en uno de esos tira y afloja que tienen los críos cuando son pequeños y se quieren salir con la suya, mi madre la retó, o se rió de ella –no está demasiado claro cual de ambas cosas ocurrió- y la enana, que por aquel entonces no llegaba a los tres años pero se explicaba como un libro abierto, ni corta ni perezosa le sacudió un mordisco en el culo, con saña y filosos dientecillos recién estrenados y sin desmochar.

Mi tía montó en cólera y se dirigió a la chiquilla hecha un basilisco, dispuesta a emplear la zapatilla (no me vengan ahora con monsergas educativas: en aquellos tiempos se utilizaba la zapatilla y punto) y ponerle a la aspirante a mastín el culo caliente. Se adelantó mi madre, pacificadora –una faceta que yo conocí algo menos “tolerante”- tratando de impedir la azotaina, minimizando el alcance y la intención:

- Mujer, no le pegues... que no es para tanto.

- ¡Como que no es para tanto! ¡No querrás que muerda de esa manera a la gente!

- Que no, mujer, que se le ha escapao... que HA SIDO SIN QUERER.


Si hay algo que NUNCA le ha faltado a mi prima, son agallas. En la tesitura de evadir los azotes haciéndose la longuis, o sentir ninguneado su valiente ataque, exclamó a grito pelao, con la cara colorada como una manzana y su media lengua de trapo:

- ¡NOOOOOO, NOOOOOO, HA SIDO CON QUERER, HA SIDO CON QUERER!

Con lo que se ganó tres zapatillazos en el culo y el respeto de la comunidad familiar. El bozal lo aparcaron para mejor ocasión.

Menuda una, como para atreverse a mirarla desde arriba sin tomar precauciones.





El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el miércoles, 26 de Julio de 2006

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