sábado, 21 de abril de 2007

EL VERBO AMAR - TIEMPOS POSIBLES E IMPOSIBLES

Rebasada con holgura la frontera de los cuarenta, empiezas a mirar alrededor y hacer balance. Consideraciones físicas aparte, lo peor de llegar a ciertas “marcas” es que los resultados están bastante lejos de lo que soñábamos alcanzar cuando teníamos la mitad de años y el doble de mundo por devorar.

Tengo varias parejas de amigos en la etapa crucial que va de los 45 a los 55 años. Todos han sacado adelante una familia, han sorteado catástrofes, han aguantado duras y maduras, pero llega un momento en que se paran a mirarse y se ven como dos extraños compartiendo un dormitorio y una mesa de comedor. Y entonces se preguntan qué demonios están haciendo allí. Por lo general, ellas son mucho más fuertes que ellos. O más lúcidas. O más decididas. En cualquier caso, es duro, desde la absoluta impotencia de quien es ajeno, ver cómo se destrozan. Quisieras tener la varita mágica que les ayude a salir del bache, pero no hay varitas mágicas. Lo único que puedes ofrecerles es un oído atento y un hombro en el que llorar o despotricar.

Teresa, por ejemplo, lleva más de treinta años casada con Julio. Pasaron la frontera de los cincuenta y la mayor de sus dos hijas ya les ha hecho abuelos. Cuando los conocí hace catorce años eran lo que siempre entendí por un matrimonio bien avenido. Me los presentó mi santo cuando iniciábamos nuestra propia relación de pareja, tal vez con la idea de que copiase el formato. Los tres habían compartido “aventura trasatlántica”: varios años trabajando para una editorial de un país centroamericano. Desde entonces, mi santo tiene una querencia muy especial por Teresa, son amigos, cómplices, casi hermanos, una relación que en varias ocasiones ha provocado desconcierto y equívocos en los que nos rodeaban, para nuestra diversión. Mi santo la quiere, sí, pero no la entiende. Entiende a Julio, con quien comparte aficiones, inquietudes profesionales y puntos de vista.

Hace algunos años Teresa, con quién apenas tengo puntos en común pero a quién considero mi amiga, empezó a venirse abajo. “No puedo seguir con esto” –me decía- “no lo aguanto más”. Era una confidencia dolorosa: Miraba hacia atrás y sentía la furia de haber desperdiciado sus mejores años junto a un egoísta.

Su familia nunca me quiso. Su madre y sus hermanas han hecho lo imposible por encizañar nuestro matrimonio. Han ninguneado a mis hijas. Pero lo peor es que él ni se da cuenta. Ni mis hijas ni yo contamos demasiado. Solo bocas que alimentar. O tal vez sí contemos, pero después, después de sus hermanas. Casi preferiría que tuviese una querida, al menos, sentiría que se aleja por una pasión irresistible, que al menos él va a ser feliz, pero no. Para colmo, desde que se quedó sin su trabajo y se dedica a remendar maquinaria cualquier cosa que le preguntes la toma como una acusación. Hacer la compra se ha convertido en un infierno. Todo le parece un despilfarro, y eso que no gasto en caprichos. Ya no sé cuanto tiempo hace que no me compro siquiera unos zapatos. Menos mal que con lo que gano con mi trabajo, puedo comprar la ropa de Nina y darle algo de dinero para que salga con sus amigas los fines de semana

“¿Qué piensas hacer?” – pregunté.

No tengo ni idea. Le quiero y me dolería tirar todo por la borda. Además, irme ahora... ¿qué haría Julio? ¿cómo saldría adelante?”

“Y él... ¿qué dice?”

Pues nada. No dice nada. No cuenta nada. No habla de nada. Estar a solas con él es mucho peor que estar completamente sola”.

Pero como nada en ésta vida tiene una sola cara, Julio tenía un enfoque bastante diferente del asunto.

Es insoportable. Desde que la empresa se fue a la mierda y tuve que dedicarme a estas chapuzas para esquivar el paro, no hay quien viva. Me paso el día trabajando como un cabrón en algo que no es lo mío, y cuando llego a casa, solo encuentro un fiscal que me bombardea a preguntas. Mi hija mayor hace –como siempre- lo que le sale de las narices, y la pequeña sólo te dirige la palabra para pedirte dinero y poco más. El resto del tiempo lo pasa encerrada en su cuarto

“¿Lo habeis hablado?”

“¿Qué quieres que hablemos?. Tu amiga se dispara en cuanto le llevas la contraria y ya no hay quien la frene. Esto no se arregla hablando.”

“¿Qué piensas hacer?”

Nada. Cuando me harto me voy a casa de mi hermana. Allí me dejan en paz”

“¿Y vais a vivir así?. ¿Como dos fieras en una jaula?”

Es nuestra jaula y, créeme, todas las jaulas son iguales

Desde entonces, han pasado aproximadamente cinco años. En lo sustancial, nada ha cambiado. Julio, a pesar de lo conflictivo de su edad, ha encontrado trabajo en una empresa de su gremio, pero no en su ocupación de siempre. Teresa sigue trabajando por horas. Su hija mayor se casó, abandonando el nido, y la pequeña sigue con sus estudios y sólo para en casa a comer y, en todo caso, dormir. Ellos ya no disimulan. Duermen en habitaciones separadas, con la excusa de que el volumen de Julio es tan desmesurado que ella no cabe en la pequeña cama de 1,35. Cualquier tema propicia la agresión verbal, el enfrentamiento. La situación sólo se atenúa cuando está su nieta o cuando, una vez cada mes, vienen a visitarnos. Nosotros nos miramos: Nuestra propia situación no da para brindis al sol, y ni siquiera vivimos juntos, pero mantenemos, pese a todo, el cariño que un día nos acercó.

“¿Qué te dicen?”– pregunta mi santo, que esquiva comentar el tema con ellos.

“Nada, cariño, ya ves. No hay nada que hacer...”

“Lástima... ¡se querían tanto!”

Yo, que he llegado a unos niveles de escepticismo poco saludables me pregunto si en realidad se quisieron tanto. Tal vez se engañaron, como nos engañamos muchos. O tal vez se quisieron, y ahora no. De cualquier modo, lo cierto es que ahora puede más el rencor. Siguen juntos por inercia, rutina, la comodidad de no enredarse en pleitos que no están en condiciones de soportar. Como dice Teresa: "Todos son iguales así que... ¿qué importa? A éste le conozco las manías, tenemos un contrato firmado y no dependo económicamente de él. Compartimos piso y cuentas corrientes, y yo procuro hacer mi vida, cumplir mi parte y pasar del resto”. Él, por su parte, no tiene tampoco ningún interés en marcharse. “¿Para qué?. Todo está bien, Teresa gruñe, pero no muerde. Cuando quiero estar tranquilo me voy a casa de mi hermana. No es tan importante...”

Lástima...” –repite mi santo- “¡se querían tanto!”

“El amor es un pájaro azul, corazón.” –le susurro- “El amor es un pájaro azul”.


Mientras tanto, Blanca y Tomás viven su propia angustia. Como Teresa, Blanca no ha conocido otro hombre que su marido. Desde los catorce años, todo su mundo han sido Tomás y sus dos hijos. Ahora, él bordea los cincuenta y ella le sigue los pasos de cerca. Pero, aproximadamente por la misma época que empezaron las preguntas de Teresa, empezaron también las de Blanca. Sentía que la vida tenía más cosas y ella se las estaba perdiendo, y ¿a cambio de qué?.

Siempre están los demás antes que yo. No lo piden, claro. Se trata, sencillamente, de que esa ha sido siempre mi prioridad. De niña mis padres y hermanos. Después, Tomás y los niños, la casa, sus necesidades, las de nuestras familias. Pero ahora... bueno, cuando murió mi hermana me di cuenta de que los demás han podido salir adelante sin ella. Pudieron hacerlo mientras ella vivió. ¿Y yo?. ¿Me va a pasar lo mismo? Nadie sabe lo que han sido estos años, empujando a Tomás para que no se dejara vencer por sus estados depresivos, atendiendo la casa, los niños, tomando las decisiones, defendiendo la plaza. Sin un gesto, sin una atención. Se han acostumbrado tanto a que las cosas funcionan que ni siquiera son conscientes de que yo empiezo a vivirlo como una esclavitud. Pero... ¿a cuantas posibilidades voy a seguir renunciando para que ellos vivan cómodos? ¿cuántas cosas tengo por descubrir que no descubriré jamás, sólo por no arriesgarme a salir de esta jaula de oro?”

“¿Has hablado con Tomás?”

Claro. Y con los chicos.”

“¿Y?”

Tomás se esfuerza por cambiar. Me mima. Procura controlar sus celos. Me trata como a una princesa. Incluso ha accedido a buscar ayuda médica. Sinceramente, de un tiempo a esta parte, no me puedo quejar. Y los niños... bueno, esos han crecido. Pablo ha encontrado un buen trabajo y tiene a su novia. Y María tiene por delante unos años de carrera, pero la cabeza bien amueblada. Creo que han entendido como me siento, y no quieren que me vaya”.

“¿Entonces... lo habeis solucionado?”

Su mirada es limpia. Podría mentirme y contestar que sí. Pero ni siquiera ella lo sabe.

El tiempo lo dirá..., ojalá sea así

Sin embargo, años después, pese a los esfuerzos de Tomás y los de Blanca, las cosas siguen sin funcionar.

Me siento atada” –me explica- Quiero moverme a mi aire y Tomás no me deja”

“¿No querías atención?”

Quería atención, pero no esto. No puedo dar un paso sin él. Si hago cualquier cosa por mi cuenta, se lo toma como una ofensa personal. Y luego están sus celos...”

“Querías compartir”

No sólo eso. Quería que hubiera tomado en cuenta, que me hubiese ayudado cuando necesité su apoyo, que arrimase el hombro, emocionalmente, no solo con el trabajo, que se hubiera preocupado por mí como yo lo hacía por él y los niños... ¿entiendes? Quería que no fuera tan egoísta.”

“Eso es lo que está haciendo. ¿No?”

Tú tampoco lo entiendes. Quería que lo hubiese hecho antes, por propia iniciativa, sin tenerlo que pedir. Y no ahora. Ahora es tarde. Ahora lo que quiero es que me deje probar mis propias alas. Además, no lo hace por mí... lo hace por él, lo único que pretende es evitar que me marche. Le importan un bledo mis necesidades reales, lo único que le preocupan son las suyas. En realidad, ahora estoy peor...”

“¿Por?”

Antes tenía una justificación. Un motivo claro. Ahora... nadie lo va a comprender

“Eso no es importante, Blanca. Lo único importante es que lo comprendas tú. Que sepas lo que quieres”.

Lo sé. Tengo muy claro que debo intentarlo, por mí, aunque me equivoque, aunque me estampe. Pero no quiero hacerles sufrir. Y están sufriendo

“Tú también. Su dolor no es más ni menos que el tuyo. Pero siempre puedes renunciar a tu sueño y quedarte”

No quero renunciar a intentarlo. Me lo debo. Por una vez me debo algo a mí”

Hace poco, apenas un mes, Blanca ha dejado su casa y se ha trasladado a la casa del pueblecito costero donde veraneaban. Con cientos de kilómetros de distancia, intenta comenzar de nuevo. No ha dejado de querer a Tomás. Sencillamente, quiere vivir su propia vida, después de compartir tantos años. Por su parte, Pablo y María se han quedado con su padre; saben que él les necesita más, que tiene menos capacidad de soportar la soledad. Ella ha dejado, de momento, sus cosas en la casa. Tiene tiempo para ir organizando su nueva vida, su nuevo trabajo, su independencia.

Algunas personas son incapaces de pensar en el daño que hacen a los demás –murmura, por lo bajo, mi santo- ¡cuánto egoísmo!”

“Sí, cariño. Es cierto. El ser humano es terriblemente egoísta”. Pero no estoy segura de que hablemos de lo mismo.

Piso la orilla, y observo cómo mis huellas hunden apenas la arena, un segundo antes de que el agua las borre. Nada a nuestro alrededor permanece estático. Como Teresa y Julio, como Blanca y Tomás, a mi alrededor cada casa es un mundo. Cada caso igual, y al tiempo diferente a otro. Están a mi alrededor: Parejas que se mantienen juntas por rutina, tratando de amortiguar una soledad indigerible, por necesidad emocional o económica, tal vez albergando una última esperanza de que todo vuelva a ser como era. Parejas que, de buen o mal talante acaban separándose, incapaces de soportar la carga de la frustración, el desamor, la curiosidad por conocer otros caminos, el anhelo por no ser la mitad de una pareja, sino una individualidad por compartir, conscientes de que llenar la balanza de malos ratos puede llegar a eclipsar todos los buenos momentos que ya disfrutaron y nadie podrá arrebatarles jamás. Sea cual sea, la decisión es buena, si estamos dispuestos a pagar el precio.



Sin embargo, entre todos ellos, existen todavía algunos afortunados, raros y exquisitos como diamantes. No se trata de que en su mundo no existan los desencuentros, ni viven en un mundo color de rosa pero, de alguna manera, aprenden a sobrevivir a los avatares del destino atados a un sentimiento, a un proyecto, a una historia.

Allá, en las lejanas playas del sur, existe un lugar pequeño, una bahía bañada por las olas de un mar cálido. En aquella bahía, una pareja, joven aun, gobierna una barca que navega desde hace más de treinta años. Sus hijos, dos muchachos, emprenden ya sus propias rutas del Descubrimiento. A bordo, él sigue ocupándose de pescar, ella de achicar el agua y preparar los cebos. Comparten los recuerdos de la travesía y los planes para la aventura. Cuando él mira hacia el frente, ve los ojos de ella, los mismos de la chiquilla que le robó el corazón. Cuando ella mira, ve la sonrisa de él, la del adolescente tímido, que la atrapó en sus redes. Y hay tanto, tantísimo amor a bordo, que no hay galerna que haga volcar la barca. La vela blanca brilla, hinchada bajo el soplo del lebeche, como un faro en la lejanía, al sur del sur.



Mientras brille la vela de esa barca podré seguir creyendo que conjugar el verbo amar en presente infinito, no es un sueño imposible.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el sábado 22 de Julio de 2006.

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