sábado, 21 de abril de 2007

LEVANDO ANCLAS



Lunes 19/7/04 - Desperezándome como una gata satisfecha, abro los ojos poco antes de las seis de la mañana. Una es de natural madrugador y ver amanecer es uno de mis placeres confesables. Minutos después, mientras preparo mi primer café del día, suena la alarma del móvil: por enésima vez olvidé desactivar el despertador; ¡ah! ¡El despiste! ¡otro más de mis ya innumerables atractivos!...

En fin, a lo que iba: Parte de lo bueno de las vacaciones consiste en disfrutar de esas cosas que nos pasan inadvertidas por falta de tiempo: Un lujo a nuestro alcance, si sabemos apreciarlo. Así que, con mi taza y un trozo de tarta de manzana en las manos, me asomo a la ventana del cuarto para dedicarme a observar cómo se abren las cortinas nocturnas y nos muestran un cielo despejado. Se intuye la promesa de que hoy Lorenzo va a poner el horno a todo gas.

Las luces de las farolas se apagan y la calle se llena de gente. Casi al alcance de mi mano, en las copas de los árboles, el bullicio es inenarrable. Los gorriones han formado zafarrancho de combate y las urracas hacen vuelos rasantes en busca de Dios sabe qué extraños tesoros para llevar a sus nidos, pisos más arriba. Entre las macetas, revolotean algunas mariposas, augurando otro año de geranios triturados por sus voraces larvas, esos pequeños demonios que han conseguido frustar mis reiterados intentos por recuperar una de mis flores preferidas.

Mientras tanto, en el cielo, unas breves hilachas de nubes se incendian, literalmente, bajo los primeros rayos del sol. Una cuchillada de oro contra el rosicler, semejante a una corriente de lava descendiendo por la ladera azul de un volcán lejano. Abajo, a pie de tierra, las brigadas de limpieza barren las aceras. Rudi, mi kiosquero alemán, al que durante mucho tiempo tomé por argentino, coloca la prensa y el camarero de la cafetería riega las jardineras de la terraza y, de paso, el adoquinado. Bajo mi terraza, Tina, la suplente de nuestro portero, abre la llave de paso de los aspersores, en el pequeño prado que se extiende entre la acera y el portal. La luz del sol atraviesa las minúsculas gotas de agua, y crea arco-iris efímeros. Placeres sensuales; brillos sobre la superficie de un océano en el que, por ahora, no llevo intención de bucear.

En pleno éxtasis naturópata-filosófico, me sobreviene un acceso de malicia. Un toque de perversidad. Existe cierto placer malévolo en contemplar recalentarse el culo ajeno cuando se da vuelta la tortilla y el nuestro queda, por fin, a resguardo del fuego, aunque sea por un breve lapso de tiempo. Yo llevo muchos años saliendo a trabajar mientras todos en la casa, desde mi madre al canario, duermen plácidamente. Así que hoy decido tomarme la revancha. Armada con un segundo café –tarta de manzana incluída- me desparramo en el sofá del salón, aferro el mando a distancia y me dedico a hurgar. Vagancia en estado puro. En la televisión un cocktail revulsivo: el resumen de los piñazos del fin de semana en las carreteras nacionales; el enésimo zambombazo en Bagdad; los palestinos tiroteándose entre sí, como si no tuvieran suficiente con los israelíes; más circo en la Comisión para el escojonamiento de la verdad sobre el 11M... “mierda”, me digo, “se supone que estoy de vacaciones” y me embarco en una expedición en busca de algo lúdico, pero no hay modo, el resto de las cadenas tiene más de lo mismo, a excepción de la 2, con un programa de dibujos animados que resulta demasiado moderno para mi mente abstrusa. Al final, como siempre que caigo en la tentación de aparcar mi cuerpo en las proximidades de la pantalla, recalo en Canal Sur Satélite. Hoy hablan de Jaén: de jamón –jabugo- de crianza, de aprovechamiento de cerdos, de Úbeda, de Baeza...

- “¡Vaya! ¡esto no está nada mal, al menos abre el apetito!”.

Cuando empiezo a pensar en las ventajas de dedicarme a la cría del cerdo ibérico, para la que sin duda estoy bien dotada, a punto de decidirme a montar mi propia granja, aparece mi madre rezongando:

- ¡Anda que no le hacen propaganda a Jaén en Canal Sur!. Me la sé de memoria sin haber estao nunca! –exclama, con irritación.

Acabo de darme cuenta de dos cosas, la primera es que mi madre también se refugia en Canal Sur, y la segunda que tiene cuarto y mitad de “pelusilla” porque hablan más de Jaén que de su tierra, o a ella se lo parece, que viene a ser lo mismo. En todo caso ahora es cuando empieza la función, no en la televisión, sino la que me pierdo toítos los días en el salón de mi casa: mi familia levantándose para sus tareas diarias. El zoo se ha puesto en pie en espera del desayuno. Bostezan, vienen a hacer arrumacos, se desperezan, dan, a su manera, los buenos días. Son casi las ocho y media cuando desde la cocina, bandeja en ristre, llega la abuela –mi madre- para aposentar sus reales en la mecedora: su café con leche, una magdalena king-size, una pildorita blanca, dos galletas -una para cada perro- y una hoja de lechuga para el canario. La gata no aparece; esa es muy suya y no le gusta compartir su espacio con la chusma canina. Aunque yo lo que estoy es ansiosa por ver el número principal:

- ¿No va siendo hora de que Javier se levante? –dejo caer, expectante.

- ¿A las ocho y media? ¡Tú no estás bien de la azotea! A tu hijo no se le puede llamar antes de las nueve menos diez, salvo que quieras acabar con una zapatilla por sombrero.

- Pues vaya... será visto y no visto. ¡Menudo fiasco de circo sin fieras!


La fiera aparece, con la legaña pegada, justo a las 8.50, puntual como un reloj suizo o un tren japonés –debe ser el único momento del día en que mi vástago tiene un punto de coincidencia con el prototipo del inglés metódico e impasible por antonomasia, el julioverniano caballero Fogg, Phineas Fogg-. La falta de práctica en darme los buenos días le arranca una duda existencial del fondo del estómago:

- ¡Coño! ¿No es lunes?

- Buenos días, mamá... buenos días, hijo... ¡que gusto verte!

- Vale... ¿No es lunes?

- Hasta las doce de la noche, sí. Después ya será martes. ¡Fíjate! ¡Sin consultar el Zaragozano ni nada...!

- ¿Y tú que haces aquí? ¿No piensas ir a trabajar?

- A decir verdad, ni siquiera pienso... por lo menos hasta que mi neurona vuelva de vacaciones.

- ¿De vacaciones? ¿Estás de vacaciones?... ¡Joder!

- Todo se andará, hijo mío, todo se andará. Hay que ser paciente...


Su sentido del humor a estas horas está fuera de servicio, pero no tiene tiempo para discutir. Necesita los cinco minutos para ducharse, embutirse pantalones y camiseta y engullir el desayuno.. Si en el trabajo le cunde el tiempo igual, estarán a punto de poner su cabeza en el tablón de anuncios, como empleado del mes.

En fin, más que un tigre malayo, ha sido el hombre-bala. Pasas más tiempo esperando que salga y se meta en el cañón, que viéndolo volar.

Queda la abuela, pero ya no es lo mismo, porque ella va a su aire: se asea, se coloca la dentadura, apaña su cama, se atilda... y se larga con los perros a la calle, a que le dé el aire. Ni un “ahí te quedas” que llevarse a la boca. ¡Cómo se pierden las tradiciones!

Total, que la cosa no da más de sí. Son casi las diez, y lo mejor será que prepare el equipaje, no sea que acabe perdiendo el autobús. Ese que me llevará a disfrutar de mi particular versión de lo que hoy se conoce por “turismo rural”.

En puridad, la única dificultad de preparar mi equipaje radica en que pretendo llevar poco menos que nada. Corre por ahí cierta tradición respecto a los abusos femeninos preparando maletas. O bien son infundios o soy una mujer atípica. Tal vez porque casi siempre he tenido que cargar con todos y cada uno de los kilos; y llevo muchos kilómetros entre pecho y espalda como para no haber aprendido que los excesos de equipaje se pagan, en moneda o en especies, aunque no se viaje en avión.

Dejando aparte lo único imprescindible –dinero- todo se reduce a elegir, en función de nuestros planes. Como mis planes acostumbran a ser sencillos, no exigen gran cosa. No puedo separarme, aun en caso de que deseara hacerlo, del teléfono móvil. El estado de salud de dos tercios de mi gente exige tenerme localizada en todo momento. Por lo demás... ¿zapatos? El par de alpargatas amarillas es un todo terreno perfecto, y con llevarlas puestas es suficiente; ¿ropa interior? en verano, contando que cualquier trapo está seco en media hora, basta la puesta y una muda de recambio; ¿cámara de fotos? la reflex y sus adminículos pesan más que una hipoteca y ocupan mucho sitio, así que no habrá reportaje fotográfico esta vez; ¿libros? ahhhh... ¡el vicio!, no debería, porque en el pueblo hay una buena biblioteca a mi disposición, al menos un par de ellos para el viaje, tampoco van a ser tan gravosos... ¿música? ¡rediez!, la cosa se empieza a complicar, voy a tener que ponerme seria conmigo misma o acabaré teniendo que recurrir al troller.

Afortunadamente, todo queda reducido a media docena de CDs en un porta, el reproductor, la “Antología poética” de Salinas –formato bolsillo-, “La conjura de los necios” de O’Toole, que tengo a medio leer, un par de tangas, dos vestidillos ligeros, la agenda, una libreta y un par de bolígrafos, mi kit de aseo micro, el móvil, las gafas de sol y cuatro duros. ¿Para qué más? En caso de emergencia en el pueblo siempre encontraré una tienda que me saque del apuro, y no tengo previsto ir a cenar ca'n Paul Bocusse, de hecho y para decirlo crudo, creo que voy a tener una vida social bastante “monacal”, así que no hay necesidad de complicar las cosas sencillas: cabe todo en mi bolso de diario.

O cabía, hasta que ha sonado el teléfono. Mi santo me recuerda que le acerque “un par de librillos” de cine, que necesita como ayuda para catalogar su nueva colección de películas en DVD: Nuestra vieja “Guía de Video Cine” de Carlos Aguilar y “Los Oscar de Hollywood” de JC. Seis kilos, más o menos, que meto en una bolsa de FNAC. Pesan más que todo lo demás y me deja sin unos libros que uso con frecuencia, pero bien está, si sirve para verle más animado.

Aseada y listo el equipaje es cuestión de ponerse en camino. Son las diez y veinte, el lunes luce luminoso. Dejo dinero en casa por si les surgiera algún imprevisto mientras no estoy, me despido y levanto el vuelo.
¡Banzaaaaaaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiiii!







El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el lunes, 24 de Julio de 2006

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