lunes, 23 de abril de 2007

VEINTICINCO ANIVERSARIO. OTRO ARCÓN AL DESVÁN

Cuando mi padre era un niño, allá en su Santander natal, se escapaba al puerto a ver los barcos y soñaba. Soñaba con embarcar en uno. Soñaba con estudiar para Jefe de Máquinas. Su único sueño eran los barcos: grandes, pequeños o medianos; toda su ilusión.

Pero la abuela no quería un hijo marino, y mucho menos un hijo "jefe de máquinas" -cosa que para ella iba asociada a traje de faena, mono de dril-; la abuela quería un hijo oficinista, con cuello duro y traje de señor. Así que no le dejó estudiar en la Escuela Naval.

Y el muchacho se escapó de casa. Un día, cuando apenas tenía dieciseis años, cruzó un país en guerra subido de polizón en un tren, y fue a dar con sus jóvenes huesos en Cádiz, donde se las ingenió para conseguir trabajar de pinche de cocina en un carguero.

Pasó el tiempo, siguió la vida y papá encontró la forma de ganarse el pan en la Compañía Trasmediterránea. Sin tener estudios, su sueño de ser Jefe de Máquinas no pasó de ser eso, una ilusión rota. A cambio, consiguió estar tan cerca de lo que quería como le fue posible: empezó de camarero y a lo largo de los años fue consiguiendo otras responsabilidades, hasta llegar a ser responsable de cámara en cubierta de primera.

Siempre en la vieja Trasme.

Así le recuerdo siempre, con sus impolutos pantalones negros, sus zapatos lustrados y su blanca chaquetilla, de cuello de tirilla y botones dorados, con un ancla en relieve. O en verano, con la blanca camisa. Tan blancas como su pelo. Para mí, mi padre y el barco eran un todo. Y no importaba que el barco cambiase, de vez en cuando. El Villa de Madrid, el J.J. Sister, el Ciudad de Barcelona, el Ciudad de Cádiz, el Ciudad de Palma... barcos, barcos, barcos. Todos el mismo barco: teca, estructura pintada de blanco, del hedor de la sentina al aroma de la madera, pasando por el olor intenso a brea y a humedad en los cabos, y a salitre en el aire. Barcos, barcos, barcos. Durante muchos años un segundo hogar; el hogar donde mi padre era feliz y soñaba ser el rey de los marinos, el hogar donde yo era la princesa, la heredera de los sueños.

Papa1

En aquella lejanía los colores de Trasmediterránea eran rojo y gualda que lucían las chimeneas de sus naves, y un logo que hoy se han apropiado en "Cañas y Tapas", para mi gran sorpresa. Para la "Trasme" fue mi primer trabajo declarado, como auxiliar interina en las vacaciones, rellenando pasajes y más pasajes para las agencias de viajes, y atendiendo al público en las ventanillas. Rellenaba los pasajes y sabía que, de todas aquellas personas, muchas quedarían al cuidado atento de papá. Más tarde conseguí trabajo en otro lugar, y también Trasmediterránea se modernizó: sus colores pasaron a ser los muy naúticos azul y verde. Pero seguía siendo nuestra casa...

Pasado mañana, día veinticinco de abril, se cumplen veinticinco años de la muerte de mi padre. Durante todos estos años le he seguido echando de menos, si no con el dolor del primer horrible día, sí con ese suspiro de pérdida cada vez que en mi vida hacía falta un consejo, o tenía ansias de compartir una alegría, o quería enseñarle un logro de su nieto, a quien solo disfrutó unas pocas horas. Pero el tiempo, que lo cura casi todo, había amortiguado lentamente la pena. Y siempre me quedaban los barcos. Ver un barco de Trasmediterránea era, un poco, regresar a los brazos de mi padre, como si no se hubiera ido del todo. Quedaba, aquí, a mi alcance, un pedazo -enorme- del mundo que lo significó todo para él.

Así, cuando hace algo más de un año llegué a esta ciudad, lo primero que hizo que me saltasen las lágrimas fue ver, atracado al Muelle de Levante, el buque de la "Trasme". Y de inmediato me pareció ver a mi padre sonriéndome, en cubierta, junto a la escalerilla de acceso. Aquel barco era mi padre con los brazos abiertos, dándome la bienvenida a casa.

Pero hace poco bajé al puerto y supe que todo eso había terminado. Trasmediterránea se privatizó, por fin, y se vendió. Hoy, parte de los buques ya han sido repintados con los colores de su nuevo propietario. Tras una línea que cruza de popa a proa, ambas en rojo sangre, una hoja de no sé qué árbol deja brotar las negras letras de acciona, el Grupo Empresarial que ahora es su insignia.

Ahora, el mundo de papá solo vive, como él, dentro de mi cabeza. Y ambos terminarán de morirse el día, próximo o lejano, que yo los olvide.

Se ha cerrado otra época. Hay que echarle la llave a otro arcón de recuerdos.

Adiós, goodbye, auf wiedersihen, adieu...


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el domingo, 21 de Enero de 2007.

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