sábado, 21 de abril de 2007

DOS BOBAS EN LA PLAYA...

De la prensa...

NOTICIA: El día en que Elvira volvió al mar.

La organización Promar devolvió al mar en la mañana del sábado (por ayer) a Elvira, un ejemplar de tortuga boba.

El Zapillo (Almería) 23-7-2006



... O ACASO NO TAN BOBAS.

Llegaba el final del verano pero ella no estaba en condiciones de partir. Atrapada en la playa, con los niños brincando alrededor, no era otra cosa que un trofeo y su futuro era convertirse en sopa, en uno de los restaurantes típicos de la zona, y en macabro adorno a la venta en cualquier tiendecilla de souvenirs costera.

Así fue como la conocí, aquella tarde en la que, de la mano de quien por aquel entonces era mi proyecto de futuro, avistamos a su padre en la playa de la Barceloneta, justo en la zona de los merenderos donde, con nuestra pandilla de adolescentes, solíamos retozar también nosotros como animalicos bajo el sol.

Nos acercamos despacio y Pepe -mi ex-suegro, les hablé antes de él- me enseñó su captura. Era una boba, tan boba como la Elvira de la que hoy habla la prensa. Y Pepe, que la acababa de traer de la barca, en cuyas redes había quedado atrapada, hacía planes para ella: la vendería en cualquiera de aquellos chiringuitos, para sopa, rescatando el caparazón que, limpio, pulido y barnizado, vendería después como souvenir.

Padre e hijo la contemplaban y hacían los comentarios propios de cualquier pescador. Captura es comida y dinero... no hay más. Pero yo tenía -cosas de pertenecer a un mundo ligeramente distinto- otra perspectiva del asunto. Y mientras los chiquillos trepaban a los lomos de la tortuga no podía dejar de protestar, de renegar y de armar lo que, según mi futuro (marido) no era más que una pataleta de niña tonta. Claro que la niña tonta tenía diecisiete años cumplidos y bastante genio, pero... ¿iba a ser suficiente?

No para el hijo, pero sí para el padre. A Pepe le hizo gracia una defensa tan emocionada de un bicho que, a sus ojos, no tenía más importancia que cualquier otra captura de lisas, o sardineta, o lubina: el peso y que la carne se vendía más cara, por lo escasa. Nada más. Para él era como emocionarse por rescatar veinte kilos de salmonetes.

Y, hete aquí que... me la regaló.

- Muchacha, no te pongas así. Ea. La tortuga es tuya. Haz con ella lo que quieras.

Bien. Muy bien. Excelente.

Ahora se ponen en mi lugar. Diecisiete años. Bata de playa y chancletas. Algo así como cuarenta kilos de peso (sin abrir en canal). En estas condiciones, son ustedes los felices propietarios de una careta careta, están en el año 77 y no tienen ni idea de donde está Greenpeace, ni los Ecologistas, ni siquiera el SEPRONA. ¿Y ahora? ¿Que coño hacen con su adquisición? ¿La echan de nuevo al mar, para que media hora después, estresada, agotada y hecha cisco, se meta entre las redes de las barcas que salen a "la luz"?

Pues no. Servidora hinchó pecho (quiero decir caja torácica, porque de lo demás iba escasa tirando a nadadora) y con el tono más autoritario que pudo, dió a su escolta las órdenes impertinentes para: A) Hacerse con un contenedor de plástico -cubo o similar-. B) Hacerse con algun medio de transporte y C) Emprender rumbo hacia el Parque de la Ciudadela, donde se encontraba -y se encuentra, claro- el Zoo de Barcelona.

Al escolta la broma no le hizo mucha gracia. Pero, no se sabe bien por qué -no había dos tetas que tirasen más que dos carretas, desde luego, así que debieron de ser argumentos de otro calibre- acató las órdenes y consiguió hacerse con un contenedor de pescado con capacidad suficiente como para el bicho, y una carretilla que le permitiese transportar el encargo con la suficiente comodidad.

Llegamos al Parque. En Administración había apenas el personal de guardia, así que nos atendió un cuidador y no un veterinario. En honor a la verdad debo decir que se hizo cargo del encargo, si bien nos advirtió que, antes de reunirse con sus colegas, la nueva inquilina tenía que pasar la correspondiente cuarentena, no fuera a llevar incorporado algún mal mayor que hiciese estragos.

Cuarenta días después tuvimos, por fin, ocasión de verla disfrutar de su piscina con otras compañeras. Comía arenques, o sardinas, o qué sé yo que demonios de pescado que le daban troceado, de un cubo, y parecía -dentro de la falta de expresividad de las tortugas- razonablemente feliz.

Yo también lo era. Era feliz de que no hubiera acabado en un plato, o de plato, o colgada en la pared.

Mi suegro nunca más volvió a dejarme ver sus capturas mientras estaban vivas. Mi marido colaboró activamente a tal propósito.

Pero, en el zoo de Barcelona, probablemente una tortuga boba bucea, junto a otras como ella, pese a los años transcurridos (ya saben, las tortugas, salvo accidentes, son longevas). Si tuvo suerte, habrá durado más de lo que duró nuestra relación.

Sea como sea, mí, con saber que aquella vez la rescaté, me basta.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el domingo, 23 de Julio de 2006

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