sábado, 21 de abril de 2007

RECUERDOS EN LA PIEL.


19/7/04

Parpadeo. Está oscuro. Puedo ver agolparse las nubes sobre los tejados de pizarra, como una capa de guata entre el cielo y el suelo. No tengo ni la más remota idea de la hora que vivo; me encuentro confusa y desubicada, como si acabara de regresar de un largo viaje. Me incorporo y echo un vistazo al reloj en la mesilla opuesta: las siete y media de la tarde... ¡¡¡las siete y media de la tarde!!! ¡no puedo creer que lleve durmiendo cuatro horas en pleno día, como una marmota! ¿se ha parado el mundo? ¿por qué no se oye nada?. Presto atención y, al otro lado de la pared, alcanzo a oír las notas dolientes de un aria: es Cio-Cio San.

Me levanto tambaleante, un poco fuera de mí todavía, y voy hasta el gabinete. Mi santo levanta la mirada y me sonríe, palmeando el espacio libre en el sofá. Está, efectivamente, disfrutando con una de sus óperas favoritas: Madame Butterfly.

- Anda, ven, siéntate aquí. Está a punto de terminar.

- Uhmmm, sabes que no me gusta “ver” ópera.

- Cierra los ojos.

- Para eso... ¿no sería preferible escucharla en CD?

- En la ópera, cariño, es tan importante la parte teatral como la parte musical. Si no ves la representación y la escenografía, pierdes mucho.

- Lo siento, no consigo entrar en situación cuando los veo sobre el escenario. Fíjate ¿quién puede creer que esa dama que gesticula tan melodramáticamente envuelta en un kimono, con ese almohadón escuchimizado en los riñones y una redecilla de arrugas rodeando su cuello es una frágil Cio-Cio San de apenas quince años? Y esa especie de barrilete rubio vestido de institutriz ¿cómo podría alejar a Pinkerton de su Mariposa?. Están pidiendo a gritos un play-back.

- No seas hereje. ¡Play-back en la ópera!

- Lo siento, amore, pero es que, como actores, le quitan cualquier credibilidad a la historia. Prefiero dejarme llevar por sus voces, imaginar.

- Debí haberte llevado alguna vez al Liceo, o al Teatro Real, por lo menos. La ópera es para disfrutarla en vivo. Te habría gustado ver “Tosca”, “Carmen”, “El barco fantasma”.

- Tal vez sí... o tal vez no. Me temo que lo mío es la cultura del celuloide y quizá no hubiera sabido apreciarlo en su justa medida. Prefiero que me lo cuentes, sentirlo a través de tus emociones. Compartir.

- Tonta. Es mejor vivirlo en directo.

- Yo lo vivo en directo. No me importa la ópera. Me importa este momento. ¿Dónde vas a llevarme?

- Elige: ¿Un concierto? ¿Ballet? ¿Jazz? ¿Teatro?

- Ballet... ¿qué propones?

- Veamos
–se levanta, con dificultad- te ofrezco entradas de palco para La Bella Durmiente, Coppelia, La Bayadera, o tal vez te gustaría algo más... racial.

- ¿Racial?

- Bizet. Falla. Lorca...

- ¿Gades?

- Gades. Cristina Hoyos... o Laura del Sol.

- Me gusta Gades. Acepto ese palco. Pero antes déjame que baje a comprar algo.

- Llévate las llaves.


Cuando regreso, con cuatro tonterías para poder cenar, ha reemplazado Verdi por Saura. Mientras me acomodo de nuevo en el sofá, le oigo rezongar:

- Sabía que acabaríamos en esto.

- ¿No te gusta?

- Me gusta, pero no tanto como a ti. Eres de ideas fijas, te tira el Sur.

- No es el Sur. Es el ritmo. No puedo evitarlo; me hace latir la sangre. Mira esos cuerpos... ojalá supiera moverme así. No necesitan palabras.


Las escenas se suceden sobre la pantalla. Tal vez ahora sí que echaría de menos estar en un teatro, sintiendo la vibración de la música no sólo a través del aire, sino también en el suelo, contra el cuerpo. Pero no importa, aquí, en esta pequeña habitación, a pesar de lo que supone verlo en una pantalla pequeña, casi puedo sentir el olor del tabaco, tan inexistente como la propia fábrica, mientras el cuerpo de baile recrea a las cigarreras, sudorosas, trabajando en el calor asfixiante. El repiqueteo de los pies y las manos sobre la madera, acompaña las voces femeninas.

No t’arrime’ a lo’ sarsaleeee’
en la’ sarsa’ no te metáaa’
la’ sarsa’ tienen e’pina’
y rompen lo’ delantale’


Todos los cuerpos se mueven en tono de tormenta. Burbujea por toda la escena. Levanto la mirada y veo a mi santo, contemplándome.

- ¿Qué pasa? ¿Necesitas algo?

- No. Pensaba...


En la pantalla, el rugido va in crescendo.

No te meta’con la Carmen
con la Carmen no te meta’...
la Carmen tiene un cushillo
pá’l que se meta con ella...

- Anda, dime que estás pensando

- En lo feroces que podeis llegar a ser las mujeres, cuando alguien amenaza lo que considerais vuestro territorio, y en lo bien que os ingeniais para esconderlo.

- ¿Lo dices por “Carmen”? ¿Acaso los hombres no hacen lo mismo?

- Lo digo por todas. Y no, los hombres no hacen lo mismo.

- ¡No fastidies! Es sólo una película. No somos así...

- No todas, pero muchas. Olvidas que yo he tenido a mi cargo equipos de mujeres trabajando en una fábrica. Siempre hay una Carmen.

- Si a eso vamos también podría yo decir que siempre hay un Otelo, un Quijote, un Hamlet, un Don Juan... son solo arquetipos, no puedes generalizar.

- Es una fiera. Miente, traiciona...

- ¿Quieres pelea?

- ¿Yo? No quiero pelea. Quiero que admitas que tengo razón.


Por supuesto, quiere pelea, se le ve en los ojos. Quiere discusión, chispas, desafío. Yo también. Me gusta cuando habla, porque está como presente...

- No puedo admitir que tienes razón, porque NO la tienes.

- Yo siempre tengo razón.

- Salvo cuando la tengo yo.

- ¿Te atreves a discutirme?

- Hasta el fin de los tiempos...


Se ríe:

- Así me gusta. Anda, acércame algo de cenar, que no puedo contigo sin tener algo en el estómago.

- ¿Y la película? ¿No vamos a terminar de ver la película?

- Tienes todo el tiempo del mundo para ver las películas que quieras, mientras yo duermo. ¿O tienes miedo de perder?

- No tengo miedo de nada.

- Tú también eres Carmen, mentirosa. Claro que tienes miedo... porque siempre te gano.

- Siempre haces trampa. Pero no importa. Esta noche gano yo.


A las once y media, después de un par de horas lanzando argumentos al aire, como malabaristas, resopla “indignado”.

- Eres cabezona como una mula.

- Mira quien fue a hablar...

- ¿Sabes algo?

- ¿Qué?

- Cada día lo haces mejor...

- ¿Mejor? ¿Qué cosa?

- Defender ideas, argumentar. No pierdas práctica. Y aprende a defender el punto de vista de tu oponente.

- Me cuesta meterme en los zapatos de otro.

- Practica...

- Lo haré. Dime... ¿lo has pasado bien?

- Muy bien. Mejor que todos estos días sin ti. Pero... ahora necesito recogerme. Es muy cansado pelear contigo.

- ¿Te ayudo?

- No... está bien así. ¿Vas a escribir un rato? ¿A escuchar música?

- Puede que sí. Pero usaré los auriculares, prometo no hacer ruido.

- No importa. Me gusta oírte trastear cerca. ¡Ah! Si sales mañana a correr no te olvides llevarte las llaves ¿de acuerdo?.


Desaparece en dirección al dormitorio. Algo después, oigo arrancar el respirador, acompasado. La noche se va quedando quieta; los nubarrones han desaparecido, poco a poco y, en lo alto, apunta una pálida luna en cuarto creciente. Después de la siesta no tengo sueño, así que echo mano de mi cuaderno y escribo, escribo, escribo... retratos íntimos, para no olvidar; para mantener siempre, tatuados, los recuerdos.





Hasta el fin de los tiempos. Recuerdos en la piel.





El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el lunes, 24 de Julio de 2006

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