sábado, 21 de abril de 2007

DE CA LA ANTONIA A CA'L CHE



El barrio de pescadores se extendía en hileras ordenadas de casas -por aquel entonces- no muy altas. Manzanas largas y estrechas (quizás una decena de metros de ancho, mal contados), la mayoría sin achaflanar, en cuyas esquinas acostumbraba a haber una o dos tiendas, minúsculas.

En la esquina de mi calle y de la suya (una casa a espaldas de la otra) tenía la hermana mayor de mi madre un colmado pequeño. Tan pequeño era que apenas le cabía nada dentro, así que el personal entraba en fila de a uno, mientras mi tía -si no estaba a lo suyo, que era banderillear nalgas armada de una jeriguilla hipodérmica de cristal y una cajita de acero donde quemaba el alcohol- se afanaba tras el diminuto mostrador que parecía de juguete, sin desmerecer de los propietarios que eran también de tamaño bolsillo. El género perecedero, frutas, verdura o patatas, se colocaba apilado con cierto esmero al borde de la acera, si el tiempo y la autoridad lo permitían y allí, sentado en su silla de enea mi tío contemplaba pasar la vida sin mucho acongojarse, en la que liaba un pitillo y otro; picadura y librillo de papel de fumar.

El colmado se llamaba -cómo no- "La tacita de plata", y así rezaba su rótulo de madera verde, pintada. Pero, chico y abarrotado como era, solo llegaba a tacita sin más. Y desde luego nadie lo conocía por ese nombre. Era, sencillamente, cá la Antonia (el personal pasaba mucho de mi tío).

Ibas o venías de la escuela y, a poco que te descuidaras, parabas allí porque mi madre siempre tenía algo que comprar, o algún recado que darle a su hermana o... en fin, esas pequeñas cosas.

Y en tanto los mayores iban a lo suyo, una se quedaba dándole vueltas a ver si iba a poder meter un gol en el bolsillo materno, y cruzar la calle para colarse en Ca'l Che, valenciano y horchatero, que tenía su tienducho al otro lado y vendía entre otras cosas golosinas y helados. Y entre los helados las minúsculas "gildas", polillos de nata del tamaño de un flan chiquito, ensartados en un palo de madera, que chorreaban sobre los dedos casi sin darte tiempo a darles un buen saque. Nata helada, sin recubrir de chocolate ni zarandajas. Envuelta en un retazo de papel encerado que retirabas morosa y relamías, asomando la lengua y pringándote la punta de la nariz.

Y en estas llegaba el zangolotino de tu primo, repeinao con colonia y bicho manta, que con un codazo al desgaire hacía saltar la gilda de tus dedos y la hacía aterrizar con un chop irritante contra los adoquines... ¡a morir por dios...! ¡mierda! ¡carajote! ¡mira la niña esta que cosas dice...! ¡plaf! ¡niña, así no habla una señorita!.

De Ca la Antonia a Ca'l Che, a medio camino, una aprendía que los malafollás existen y forman parte de tu medio ambiente. Y te callas, y les sacudes un pellizco en el culo a la primera de cambio, por zarrapastrosos y mostrencos.

Que ya te cogeré, so plasta, y se t'han acabao los madelmanes por el bujero de la alcantarilla, que t'enteres.

De Ca la Antonia a Ca'l Che, se tramaban un día sí y otro también las más crueles venganzas... y quedaban al fin como las gildas, derretidas sobre los adoquines.


El original se escribió y depositó en El Café del Foro, el lunes, 24 de Julio de 2006

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